Así es Más de 100 mentiras
Hay un par de generaciones, aquellos que nacimos entre finales de los 70 y finales de los 80, que crecimos acostumbrados a escuchar en nuestras casas, en el coche, en la televisión, en la radio, a un señor maltratado por la vida, con una voz cascada y ronca, que soltaba rimas y juegos de palabras como una metralleta. Muchos versos los recitábamos son saber muy bien qué decían, cuál era el significado, pero nos los sabíamos de principio a fin. Con el tiempo lo comprendimos, los desciframos, se nos aparecieron, y nuestro amor por ese tal Joaquín Sabina siguió creciendo. Un artista que siguió, y sigue, creando. Un cantante al que, quien más o quien menos, todos le debemos una canción, una estrofa, un simple verso que se nos quedó dentro para siempre.
Sabina es un icono de la música en español, y mucho se ha tardado en que alguien consiguiera llevar sus composiciones a lo alto de un escenario. Él, siendo como es, siempre se había negado rotundamente. Pero eso, por suerte, ya pasó, porque acabó cambiando de idea. Gracias a ello tenemos desde hoy, y hasta el 25 de diciembre (¿Apostamos algo a que prolongan?), en el Teatro Rialto el musical Más de 100 mentiras. El broadway madrileño, rendido incondicionalmente a los musicales, vuelve a acoger uno de producción propia, con historia de aquí, y canciones que nos acompañados estos 20 años.
La historia de Más de 100 mentiras no podría ser más sabinera. El Tuli acaba de salir de la cárcel y vuelve a su barrio con una idea en mente: cobrarse venganza de Villegas, el que le delató a él y sus dos colegas y que causó sus años en la sombra. El acabó en la cárcel, y sus cómplices se repartieron lo mejor y lo peor que la suerte podría depararles: Samuel terminó muerto al liarse a tiros con la policía, y Juan escapó para convertirse en un «respetable empresario» atormentado con el recuerdo de su amigo muerto por su cobardía. La cara y la cruz de la vida. El Darling’s, el local de Juan, aparte de ser un bar «adonde le gusta ir a las putas, nada más» es donde trabajan Magda y Manitas, la novia de Juan y el brother del Tuli. Dinero, amores, sorpresas, traiciones, engaños y mucho más se cruzarán durante los más de 150 minutos que dura el espectáculo. Por supuesto no os contaremos el final, pero habrá una escena que os esperaréis desde el principio, pero otra que se resolverá de una manera que quizás no esperéis.
La trama, que en absoluto se hace larga, se desarrolla fundamentalmente en el Darling’s, ese puticlub donde las vidas de nuestros protagonistas vuelven a cruzarse. Pero también veremos la calle donde las chicas hacen la noche, los escondites de Villegas, dormitorios, parques… Un montaje suficientemente variado como para que no se haga repetitivo, con coreografías muy variadas y vistosas (muy fan de una de las bailarinas). La música en directo ayuda, además. Se nota que se ha cuidado mucho la parte técnica, el vestuario, los arreglos y, sobre todo, el guión. Un guión que quizás adolece un poco de exceso de tristeza al final y de un buen número alegre conclusivo (bueno, también es que hablamos de Sabina, recordemos). David Serrano (Hoy no me puedo levantar y las películas El Otro lado de la Cama y Días de Fútbol) comanda el trío de guionistas encargados de crear la historia, a la vez que dirige toda la función. Fernando Castets (El hijo de la novia o El mismo amor, la misma lluvia) y Diego San José (Vaya semanita, Pagafantas, Qué Vida Más Triste) completan este trío que se marca una historia trágica, pero cómica. Dura, pero cercana.
Las interpretaciones giran entre el drama y la comedia. Tenemos las partes más dramáticas en la tensa relación entre Juan y el Tuli, y su relación con el desparecido Samuel. También la parte romántica en torno a Magda, la novia de Juan. O los momentos más cómicos, centrados sobre todo en la tierna figura del Manitas. O los toques agridulces de la figura de Ocaña, el lacayo de Villegas. Las actuaciones son muy correctas, en momentos desbocadas y en momentos contenidas, como debe ser en un musical. Quizás, una pega es que a Álex Barahona (el Tuli) se le ve en exceso macarra en algunos momentos que van y vienen. A algunos personajes en ocasiones no se les entiende del todo bien, pero son fallos muy pequeños y que seguro se pulirán con las sucesivas representaciones.
Las canciones, cómo no hablar de ellas. 22 canciones elegidas entre el amplísimo repertorio de Sabina, de sus comienzos y de sus finales. Yo cuando vi que sonaría El Pirata cojo ya fui feliz, porque es una de las canciones que me pirran de Sabina. Pero es que además tenemos ¿Quién me ha robado el mes de abril?, 19 días y 500 noches (genial este número como reenganche tras el receso), Conductores suicidas, Aves de paso, Yo quiero ser una chica Almodóvar o Una canción para la Magdalena. Además de un par de medleys donde las canciones se entremezclan maravillosamente (especialmente el que cierra el primer acto, muy disfrutable).
Más de 100 mentiras es, como decimos, largo. Más de dos horas y media que, eso sí, en ningún momento se te hacen pesadas. El primer acto vuela y cuando te das cuenta te has comido hora y media de función. Nuestra ubicación eran en Club Preferente y se veía de lujo, así que recomendamos esa zona, pero está claro que desde platea eso será lo más. Las entradas las podéis adquirir a través de entradas.com, o en el propio teatro. Volad si os interesan, que ya están a la venta las de diciembre.